Las armas biológicas existen al menos desde los tiempos del Imperio Romano, cuando era práctica común lanzar animales muertos a las fuentes de agua del enemigo, para envenenarlas. En 1346, dicen las crónicas, los tártaros que sitiaban la ciudad amurallada de Kaffa usaron catapultas para lanzar a sus habitantes cadáveres infestados con peste. Kaffa se rindió de inmediato, lo que no liberó a sus ciudadanos de la muerte. Algunos historiadores creen que así se introdujo la peste bubónica a Europa.